Muchos años después, frente a un banco de jubilados, el intendente Aureliano Egunon había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el frontón. Atxondo era entonces una aldea de 20 caseríos de piedra y tejas construida a la orilla de un torrente de aguas rápidas que se encajonaba entre la crestería y la vía férrea que transportaba mineral hasta la bocana del Superpuerto. Todos los años, por marzo, la Bruja de Anboto paraba por el frontón y enseñaba a los niños a jugar a pelota. A Mari, la dama, le gustaba mucho la modalidad del Gato Siete Vidas, ésa en la que la pelota debía de botar sin pasar del cuadro uno, donde se apelotonaban más de 20 chiguitos para matar el tanto.
Un buen día, Joxe Arkadio untó con una capa de sebo la pelota de potro, la echó en el macuto y se fue en busca de los profesionales. Desafiaba a los ídolos locales en los pórticos de las iglesias y después Dimitrius hacía bailar el oso. Llegó en el autobús de Moreno a la estación de la calle Francia de Vitoria. Conversó con un guionista de radionovelas que tuvo 17 hijos en sus cien años de soledad, éste le convenció para ir a Pamplona y allí deslumbrarse con un partido de ases del frontón. Jugaron un pelirrojo capaz de lanzar la pelota desde su pueblo hasta las palomeras; un rubio, puro hielo; un chaval con el pelo ensortijado y un mozo que utilizaba el látigo de tres cabezas para tener a todos a raya, en el rebote. Se sentó en la grada y un beduino le puso el micrófono en la boca. Tuvo que retransmitir el envite para Radio Caracol de Aracataca. En ese mismo momento, el corresponsal de Estocolmo narraba cómo otorgaban el nobel a un escritor vestido de blanco, como un pelotari. Vivir para contarla.
PD: Divertimento para celebrar las efemerides de García Márquez