En su blog de La plazuela perdida Chumi rememora los años de la posguerra tardía, el hambre y los perros.
Tampoco podemos evitar el escandalizarnos ante las revisiones médicas, operaciones, análisis clínicos y demás atenciones veterinarias -médicas más bien- que se prodiga a los animales, mientras recordamos las meriendas cuadrilleras de carne de perro y de gato que se hacían, en algunos lugares riojanos, porque no había otra cosa; o el excelente criterio de mis amigos Andrés y Tomás, que, encargados en su mili franquista de la peligrosa misión de dar de comer al perro del general, cocinaban con esmero la comida perruna -Tomás es un maravilloso cocinero, con don para la asadurilla picante, el patorrillo y otras casquerías- pero luego se la comían ellos, y el can sólo lamía las sobras.
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